Una noche oscura me acechaba, me rodeaba con su brisa fría y marítima, me congelaba paulatinamente.
Observaba cómo las olas bailaban al romper en las piedras, cómo el horizonte se hacía cada vez más sombrío y misterioso y además, observé que aquella extraña noche carecía de esa luz prominente, de ese lucero, ésta vez no encontré a la luna.
Tras minutos paralizada en aquél espigón, pude oír unos pasos que se aproximaban hacia mi, cada vez eran más rápidos y sonoros, pero yo me mantuve calmada a pesar de eso.
Casi estaba detrás de mi, casi podí